Ahora que las vergonzosas pautas con las que se construye la Prueba de Selección Universitaria (PSU) se quedaron prácticamente sin incondicionales defensores, el responsable de su existencia, el Ministerio de Educación, comienza a incorporar nuevas iniciativas con las cuales lavar la imagen del proceso de admisión a la mal llamada enseñanza superior. No se trata, por cierto, de enriquecer el aprendizaje, sino de cambiar un poco la presentación del modelo, incrementando el peso relativo de las notas obtenidas en el colegio (como si ellas fueran testimonio vivo de la excelencia) al lado del puntaje de una PSU que seguirá existiendo. Pero la miseria del debate no es responsabilidad exclusiva del gobierno, pues éste ha encontrado entre las autoridades universitarias el complemento perfecto para salvaguardar sus intereses.
Por ejemplo, el rector de la USACH , Juan Manuel Zolezzi, toma nota de lo que esta modalidad implicaría en un país donde la brecha de calidad entre un liceo y otro es tan amplia. Pero si alguien cree que el reparo suyo iba en la dirección de promover una educación digna que tienda a igualar hacia arriba la excelencia entre colegios destinados a la élite y aquellos en que estudian los más carenciados de la sociedad, se equivoca. El rector propone simplemente cambiar la actual tabla de conversión de notas a puntajes y agrupar a los establecimientos según su nivel de exigencia. “En algún momento como plantel hicimos esa propuesta”, dijo Zolezzi (La Segunda , 18 de diciembre), al explicar ese esquema que introduce un nuevo mecanismo de segregación escolar, semejante a la patética idea de los “semáforos” promovida por el ex ministro de Educación Joaquín Lavín y que permitiría fácilmente cambiar el puntaje de ingreso recurriendo al artificio de pasar de un colegio a otro. En esa cruzada no está solo. El rector de la U. de Talca, Álvaro Rojas, explica qué “buenos resultados” se obtendría con un nuevo mecanismo de admisión: aquéllos son “medidos en tiempo de titulación y deserción”. O sea, no en aprendizaje, ni calidad, ni investigación ni generación de conocimiento nuevo, sino en la conducta predecible y cuantificable de la clientela que han logrado matricular.
“Suspendí mi educación cuando tuve que ir al colegio” (George Bernard Shaw).