lunes, 5 de diciembre de 2011

No Hay Clases, pero Todos Pasan

 Finalmente, la institucionalidad chilena mostró sin asco lo que está dispuesta a garantizar en materia de aprendizaje: nada. En un hecho sin precedentes, la Contraloría General cedió ante las presiones de los dueños del país y consideró válido el plan del gobierno que, bajo el melodramático nombre de “Salvemos el año”, planteó que, por arte de magia, los estudiantes podían pasar de curso aunque jamás hubiesen tenido acceso a las materias del nivel correspondiente (La Tercera, 22 de noviembre).
¿Por qué? El argumento que terminó pesando nada tiene de académico: la incapacidad del régimen educativo, tanto en infraestructura como en dotación docente, para atender las necesidades pedagógicas del número de repitentes que en cualquier lugar del mundo se generaría después de un año sin clases. Claro está, la autoridad prefiere olvidar que si las salas estuvieron vacías no fue por un desperfecto técnico accidental, sino por una demanda nacional de educación pública, gratuita y de calidad.
La pregunta que cabe hacerse es por qué los colegios no están preparados para recibir en cualquier momento un número significativo de repitentes. Y la respuesta es patética. En Chile, el esquema de promoción de la escolaridad es un ritual vacío porque en él no se espera de los estudiantes excelencia académica alguna, sino, a lo sumo, la aceptación de un proceso de domesticación para consolidar una ciudadanía acrítica y pasiva. Y he ahí otra clave importante. ¿De qué calidad de la educación podría hablarse en un país donde da lo mismo estudiar?  ¿Por qué, si tanto atrae al gobierno el tono mesiánico de su “Salvemos el año”, no lo cambió mejor por “Salvemos la educación? Primero, porque le resulta más económico convertir las salas de clases -escolares y universitarias- en una terapia de grupo desde la cual convencer a todos de que sí aprendieron. Segundo, porque un modelo educativo deliberadamente deficiente es la más eficaz herramienta con que cuenta el sistema para producir, generación tras generación, mano de obra cada vez más barata.


 “Que vivan los estudiantes que rugen como los vientos cuando les meten al oído sotanas o regimientos” (Violeta Parra).

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