miércoles, 28 de septiembre de 2011

Universidad, Empleabilidad, Mito

Durante décadas, la dinámica de opción
por la universidad ha descansado, en el caso
chileno, en el demasiado discutible supuesto de
que ese nivel de educación sería, por sí mismo,
un factor relevante de movilidad social. Por cierto, dicha creencia
está a considerable distancia del concepto de universidad y confunde
el plano del grado académico con el ámbito relativo al eventual
ejercicio remunerado de alguna profesión.
Pero, además, tal suposición colisiona frontalmente con la
realidad verificable en este país. Tal como acaba de señalar la
OCDE, Chile es el país que exhibe los índices más bajos de
empleabilidad entre los egresados de la educación superior,
anotando, en promedio, 78,0%, frente, por ejemplo, al 89,6% de
Suiza y al 90,2% de Noruega (Informe OCDE sobre el Estado de la
Educación, 13 de septiembre). Asimismo, la típica afirmación
relativa a que los ingresos percibidos por los egresados universitarios
se dispara respecto de quienes no lo son, no sólo es fantasmagórica,
sino que, sobre todo, instala la idea de que la universidad
propiamente tal fuese la explicación del relativamente mayor sueldo
recibido. En primer lugar, la tasa de retorno para los profesionales
universitarios chilenos es de un dígito. En segundo término, mucho
más gravitante que los años de licenciatura en el salario a percibir es
el quintil de ingreso al que pertenece el egresado, ganando menos los
del 20% más bajo que los del 20% más alto (Remuneraciones y
Tasas de Retorno de los Profesionales Chilenos, 2003), porque, por
dar un ejemplo, no fue precisamente en la universidad donde los
últimos aprendieron inglés. Tendencialmente, la diferencia salarial
entre un egresado de la universidad y otro de la secundaria
disminuye también en Europa, justamente en la misma medida en
que aumenta la matrícula de educación superior (El País, 22 de mayo
de 2007). Claro está, si la publicidad de las universidades del sistema
advirtiera a los postulantes que la brecha salarial estará, tras cinco o
siete años de estudios, determinada por la composición de clase y no
por el grado académico, es difícil imaginar que para todos sus
potenciales clientes el incentivo siga siendo el mismo.

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