Durante los años ’50, los procesos de investigación en curso llevaron a diversas facultades de Ingeniería del país a desarrollar, exitosamente, modelos de transmisión televisiva a partir de señales cuya recepción comenzó a masificarse en la década siguiente. El logro surgía en las aulas del campus, fruto de un trabajo sostenido entre académicos y estudiantes. El resultado era la difusión de una multiplicidad de programas cuya autoría es la misma que hizo posible que la imagen y sonido llegara a los hogares: la comunidad universitaria.
Se inauguraba así una tradición en virtud de la cual el debate académico iba dando cuerpo, a través de UCV Televisión, UC-TV y Red de Televisión Universitaria, a una plataforma mediática desde la cual la ciudadanía palpaba una parte relevante de las actividades de las casas de estudios. No era tan tonta esa pantalla chica que transmitía cine arte, teatro del Ictus, documentales de la BBC de Londres, ópera, presentaciones de la Sinfónica , entrevistas a nuestros grandes artistas plásticos y cantautores, foros sobre política y estética, realizaciones del Ballet Espiral y producciones nacionales sobre antropología. La mención no es exhaustiva ni antojadiza: todos esos programas eran transmitidos en horario estelar, por lo que el trillado argumento relativo a la sintonía cae por su propio peso. La basura que se nos impone hoy desde las mismas antenas es resultado, justamente, de la renuncia que hicieron las universidades a su rol conductor en los canales, cuya administración cedieron o vendieron, no al mejor, sino al primer postor que apareció.
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