“Los estudiantes van a ser deudores del Estado y no de los bancos”, fue la consigna con la que el ministro de Educación, Harald Beyer, intentó hacer presentable el anuncio de que la administración de los créditos correrá ahora por cuenta del Fisco (terra.cl, 23 de abril). El proyecto, que para el MINEDUC debería ser de aprobación “relativamente rápida” en el Congreso, plantea una tasa de interés de 2% y una modalidad de pago en que las universidades deben hacerse cargo de la brecha que se produce entre el arancel referencial y el real. ¿Cómo financiarán esa distorsión las casas de estudios del Consejo de Rectores? ¿Reduciendo el presupuesto para investigación? ¿“Abaratando costos” en la contratación de académicos?
Lo cierto es que ese punto nada le importa a la autoridad, porque el
verdadero propósito del plan anticipado por ella es que el Estado aparezca
legitimando, primero, el endeudamiento como supuesto incuestionable del acceso
a la educación, de modo que ésta no pueda ser exigible como derecho; y,
segundo, incorporar la cobertura fiscal de crédito a aquellas universidades que
tienen fines de lucro. ¿Cómo opera este modelo? El Estado opta por no juzgar
qué proyecto académico resulta con cobertura, sino, al contrario, otorga el
crédito al estudiante que, hecha abstracción de la universidad, resulta
reducido a la condición de consumidor de un crédito. Pero no es todo. El
Ejecutivo se ha jactado de que la iniciativa financiaría el total del costo de
arancel de los dos quintiles más pobres, como si se tratara de una gran cosa. Pues
bien, el “detalle” que no menciona es que, en Chile, la tasa de deserción para
los dos primeros quintiles de ingreso en la universidad es de 65% y, sólo
considerando el quintil más pobre, dicho índice bordea el 80%. Es decir, los
estudiantes más humildes casi no entran a la universidad y mucho menos se
mantienen en ella. Pero, con este proyecto, el MINEDUC ha encontrado la potencial
forma de seguir elevando esas dramáticas cifras. Sucede que, de los dos
quintiles más pobres que ingresan a la universidad, el 45% no comprende lo que
lee. Pero, con el nuevo proyecto, para obtener las becas que los mantiene en el
sistema se les exigirá 50 puntos menos en la PSU (de 550 actuales a 500),
justamente a quienes forman parte del quintil más precarizado. Entonces, ¿qué
herramientas formativas tendrán ellos para paliar el déficit académico de
arrastre y sostenerse en la universidad? Ninguno, de modo que, en el corto
plazo, ni siquiera el sistema los tendrá como demandantes de crédito. Tampoco
habrá cinco años de carrera para aminorar en algo siquiera la deficitaria
escolaridad con que el sistema condena a los más desposeídos, porque la otra
parte del negocio es que los programas académicos serán acortados a un trienio,
de manera de que alguien se llene los bolsillos con una demanda explosiva que
se producirá en el ya poco serio mercado de los posgrados. Poco serio, pero muy
rentable, si tomamos en cuenta que entre los años 2000 y 2006 la matrícula en
programas de magíster se cuadriplica en las instituciones privadas y se duplica
en las tradicionales.
¿Que
la modalidad anunciada elimina el negocio de la banca privada? No mientras este
esquema de administración crediticia ampare, como lo hará ahora en nombre del
Fisco, la subvención al lucro en las universidades privadas. No mientras en
este país el concepto de autonomía universitaria sea tan inexistente que la
banca privada siga teniendo como dueña a los mismos propietarios de los campus que
ahora gozarán de mayores utilidades, porque, tras los dichos del ministro Harald
Beyer, estamos pasando del Crédito con Aval del Estado al lucro con aval fiscal.
“Defiende tu derecho a pensar,
porque incluso pensar de manera errónea es mejor que no pensar”
Hipatia de Alejandría
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