lunes, 23 de abril de 2012

¿Quién Conduce la “Institucionalidad Cultural”?


Durante el último año, la idea de convertir el actual Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (CNCA) en un Ministerio de la Cultura y el Patrimonio no sólo ha entrado en el debate a partir del respectivo anuncio incluido en el Mensaje Presidencial del 21 de Mayo de 2011. La discusión también ha cobrado vigencia a partir de cuestionamientos hechos, por ejemplo, a la concursabilidad que se aplica a los fondos para la creación artística.
En el plano estrictamente formal, uno de los objetivos declarados del proyecto de ley que ingresaría al Congreso a fines de este semestre es el de poner término a cierta duplicidad de funciones que eventualmente se produciría entre entidades como la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, el Consejo de Monumentos Nacionales, la División de Arquitectura de Obras Públicas, la Dirección de Asuntos Culturales del Ministerio de Relaciones Culturales y el propio CNCA. Así las cosas, desde el punto de vista sinérgico, la referida iniciativa que estructuraría el ministerio hasta parecería razonable. Sin embargo, en un país que ha relegado la cultura y la educación al patio trasero, convendría mirar las cosas con ojos más alertas.
Los pormenores del paquete legislativo en preparación no fueron discutidos ante los diversos sectores ciudadanos involucrados en ese ámbito, sino sólo ante el Instituto Libertad y Desarrollo (El Mercurio, 15 de abril). ¿Y qué pistas surgieron allí? Las imaginables: no se busca el rescate patrimonial de todos los chilenos ni el desarrollo de políticas públicas en materia de cultura, sino justamente la tajada que a partir de la reforma ministerial espera sacar el empresariado. En efecto, la verdadera intención, como sintetizó el ex ministro de Cultura de Colombia, Juan Luis Mejía, es incorporar en el concepto de Responsabilidad Social Empresarial el de “responsabilidad social cultural”. En buen castellano, tal flexibilidad para una alianza público-privada persigue, so pretexto de la creación de un ministerio, brindar al capital privado nuevos mecanismos de acceso a la posibilidad de convertir el bien público cultural en una inversión que lave su imagen y le reporte nuevos descuentos tributarios.
Por cierto, contar con un Ministerio de la Cultura es un asunto muy digno de consideración, pero en Chile los planos se han confundido violentamente. Tener una secretaría de Estado en ese ámbito supone la definición previa de algo que en el país no hay: una política cultural desde la cual se diseñen las más distintas iniciativas. Pero no es todo. Contar con una repartición pública para introducir orientaciones sectoriales  implica ejercer desde ahí conducciones sólidas, vale decir, voces que, más allá de cuán autorizadas o no se las pueda considerar en la materia, son portadoras de un influjo social que por sí mismo habla de su liderazgo. Y esto es válido para gobiernos de los más diferentes signos, porque, finalmente, crear un Ministerio de la Cultura es una apuesta, una manifestación de voluntad en el sentido de generar efectos concretos. De un lado y del otro del discurso político, por ejemplo, en Brasil fue ministro de Cultura Gilberto Gil, como en España lo fue el actual gobernante, Mariano Rajoy. Se entiende, pues, que no se trata de comulgar con uno u otro, sino de explorar para qué es que se quiere determinada institucionalidad cultural. Pero en Chile no hay voz autorizada ni liderazgo gravitante, pese a que el discurso normativo permite, erróneamente, dar el rango de “ministro” al titular del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes. Para bien o para mal, un ministro es un conductor, y aquí lo que menos hay es conducción. A lo sumo, hay un administrador de llamados a concursos para asignación de fondos. A duras penas, lo que existe es un funcionario designado a nivel presidencial, de nombre Luciano Cruz-Coke, quien causó estupor en junio de 2011 cuando aceptó, atropellando lo más sensible de la milenaria tradición mapuche, ser investido por una alcaldesa como lonko, dejando incluso que el trarilonco, cintillo ritual de la comunidad originaria, fuera puesto en su cabeza (biobiochile.cl, 30 de junio de 2011). Recordemos que educar significa conducir, y ello no es posible desde la ignorancia. ¿Puede el lector imaginar lo que siente una comunidad mapuche cuando el Presidente de la República asegura ante ella que su árbol sagrado es el laurel? ¿O cuando dice a los pobladores de Curicó que ese pueblo es la tierra natal de Pablo Neruda? (radio.uchile.cl, 22 de febrero) ¿O cuando asegura que Robinson Crusoe existió y que la novela homónima no fue escrita por Daniel Defoe, sino por el actor Willem Dafoe? ¿O que el salitre “se había acabado”? (cooperativa.cl, 17 de enero de 2011). De seguro usted se puede sentir como los japoneses, cuando, en plena visita a Tokio, el Mandatario les dijo que estaba en China (terra.cl, 29 de marzo). Bueno, algo semejante podemos sentir cuando él y Cruz-Coke anuncian la aparición de un “Ministerio de la Cultura y el Patrimonio”.


"El cuerpo no es una cosa, es una situación: es nuestra comprensión del mundo y el boceto de nuestro proyecto”

                                                                                          Simone de Beauvoir




No hay comentarios:

Publicar un comentario