El hecho de que la posibilidad de estudiar esté subordinada en el país a
la capacidad de pago de cada individuo es un escándalo no sólo porque se burla
frontalmente un derecho sin cuya observancia el desarrollo social desaparece
del horizonte, sino también porque el modelo educativo que pretende sostener
dicha anomalía desemboca en una caída vertiginosa en materia de calidad,
evaluada ésta con los más diversos estándares internacionales.
Sin embargo, al lado del esquema de desembolso particular que da paso a
la triste privatización de la enseñanza, coexiste un insólito fenómeno que está
llevando la situación a límites insospechados. Y es que en Chile no sólo se
cobra para acceder a los niveles formales de aprendizaje, sino además el alza
experimentada en ese costo supera con creces a la que se produce en otros
rubros, al punto de que, a la fecha, casi triplica el margen de incremento del
sector más sensible del consumo, la alimentación. En efecto, el último registro
oficial sobre Índice de Precios al Consumidor (IPC), señala que en la inflación
de marzo los dos factores principales fueron alimentación y educación, con
incidencias de 0,260 y 0,213, respectivamente. Por cierto, alguien podría
pensar que ese sorprendente influjo encuentra su explicación en que justamente
el tercer mes del año coincide con el período de matrículas y compras
escolares. Pero no es así. El asunto va bastante más allá y las porfiadas
cifras lo evidencian: mientras el ítem alimentos registró un alza de 1,3% en
sus precios, el aumento en el sector educación, en igual período, fue de 3,4%
(Instituto Nacional de Estadísticas, 5 de abril). En buen castellano, la subida
de precios de los bienes y servicios de educación, durante marzo, es 17 veces
superior al alza promedio de todos los bienes y servicios experimentada ese
mes.
¿Dirán acaso las autoridades que la calidad de la educación es 17 veces
superior? Por supuesto que no. Pero el
asunto tiene un agravante adicional. El ciudadano chileno no sólo está
enfrentando a través de las alzas en educación un incremento visible en el
costo de la vida, sino que, en paralelo, el salario real del que dispone para
hacerse cargo de su cotidianeidad ha sido también violentamente golpeado en
período reciente. Es así que el último informe sobre la materia (Organización
Internacional del Trabajo, 5 de abril), advierte que mientras la remuneración
promedio mensual del mundo, medida bajo el sistema de paridad de poder de
compra de dichos ingresos, asciende a 1.480 dólares, en Chile apenas es de 1.021
dólares. Las cifras son alarmantes y su análisis no puede segregar los
elementos: tarde o temprano, como se ve, delegar la educación al mercado es,
además de injusto para las grandes mayorías, completamente insostenible, salvo,
por cierto, que ahora se nos diga que para educarse haya que desnutrirse.
“Los verdaderos pintores
comprenden las cosas con el pincel en la mano”
Berthe Morisot
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