Mientras año
a año la discusión pública respecto del financiamiento a la educación aparece
concentrada en el cada vez más exiguo aporte estatal y el cada día mayor
desembolso que se exige a los hogares para enfrentar los aranceles, un
creciente flujo de dineros directamente procedentes de la explotación de los
trabajadores pasa inadvertido para la ciudadanía. Se trata de las donaciones
privadas a las universidades, con las que los empresarios intentan mejorar su
imagen corporativa con una inversión que se beneficia, además, de las
exenciones tributarias vigentes para ese tipo de operaciones.
¿Serán, siquiera, las más humildes casas
de estudios las “beneficiarias” de estos recursos que permiten sospechar el
gigantesco margen de utilidades que los consorcios acumulan en el país del
mundo donde menos impuestos pagan? No. La institución de educación superior que
más dineros recibe de parte de los empresarios es la Universidad de Los
Andes, seguida por la también privada Pontificia Universidad Católica de Chile.
Juntas, percibieron en 2011 14 mil millones de pesos, de un total de 25 mil
millones, lo que representa el 58% del total donado. Si quiere dimensionar
cuánto pesa esa cifra en el sector, sepa que, por ejemplo, los gastos fijos del
Ministerio de Educación (MINEDUC) ascienden a 11 mil millones de pesos anuales.
¿Quiénes lideran el ranking de donantes? El primer lugar lo obtiene Eduardo
Fernández León, cuyas principales inversiones están asociadas a Consorcio,
Banmédica y Entel, siendo justamente la
U. de Los Andes el destino de casi todo su desembolso. El
segundo lugar es para la australiana BHP Billiton, que opera en Chile Minera
Escondida, Cerro Colorado y Spence. Sus donaciones se las reparten
esencialemente las universidades de Chile y Católica del Norte. Le sigue el
Grupo Angelini (Celulosa Arauco, Copec), que destina sus fondos a la Pontificia Universidad
Católica; Banco Santander, que financia a las universidades de Chile y Diego
Portales; la familia Garcés Silva (Consorcio, Embotelladora Andina), que
apuesta por la U.
de Los Andes y la U. Alberto
Hurtado; el Grupo Luksic (Minera Los Pelambres, CCU), cuyos donativos son para la Pontificia Universidad
Católica, al igual que los procedentes del mecenazgo siguiente: AngloAmerican;
Grupo Penta, que aporta a la
Universidad del Desarrollo; Grupo Saieh (Copesa, CorpGroup,
Banco Condell), que dona a las universidades Católica del Maule y Católica de
Chile; y la trasnacional canadiense Barrick Gold (Minera Zaldívar, Proyecto
Pascua Lama), que financia a la Universidad
Católica del Norte.
Por cierto, este escenario evidencia
tanto el hecho de que las donaciones radicalizan las brechas económicas
existentes entre las universidades -ya que privilegian a las de mayores
recursos entre las privadas-, como la peculiar situación de que los fondos a
los que les son aplicables las exenciones tributarias van a parar
fundamentalmente a universidades católicas. Claro está, ni destinar recursos a
las universidades de mayor solvencia
económica ni priorizar dineros para las corporaciones de una misma entidad
religiosa son decisiones que descansen en fundamentos académicos. Y, por otra
parte, ¿qué autonomía podría esperarse de casas de estudios que podrían tener
que pronunciarse exactamente sobre los intereses de quienes llenan sus arcas?
Veamos el caso de Barrick Gold, que, a través del Proyecto Pascua Lama, intenta
explotar en Chile y Argentina una mina a cielo abierto, con una inversión de
2.400 millones de dólares en 23 años. Dado que la extracción de oro se haría
con cianuro, la posibilidad de contaminación del agua de los glaciares ha
despertado fuerte rechazo ciudadano. Hace un tiempo, la consultora
medioambiental Econorte había desahuciado ante la Cámara de Diputados el
controvertido proyecto, señalando que era absolutamente inviable. En esa época,
Econorte era controlada y pagada por la Junta de Vigilancia de la Cuenca del Río Huasco.
Pero, posteriormente, fue la propia Barrick Gold la que empezó a financiar
Econorte. El resultado fue un giro increíble. En septiembre pasado, el
consorcio Econorte-Universidad Católica del Norte desarrolló durante dos días
un taller sobre el impacto ambiental del proyecto, dándole luz verde esta vez a
la iniciativa. En la exposición, se turnaron en el estrado los funcionarios de Econorte y de Barrick,
quienes además compartieron amigablemente los gráficos de la consultora, que a
pie de página llevaban, insólitamente, la marca “Barrick”. El giro en 180 grados
coincide con la alianza Econorte-Universidad Católica del Norte. Dicha
corporación de estudios superiores, la principal beneficiaria de las donaciones
de Barrick, aprovechó su quincuagésimo aniversario, el año pasado, para
galardonar, tal como se aprecia en la vergonzosa imagen superior, a Barrick
“por el constante apoyo y colaboración brindada a su quehacer académico”
(somosbarrick.com, mayo de 2011).
Este
escándalo que figura aquí es apenas un botón de muestra. La creciente
depredación de recursos naturales requerirá de las empresas algo más que
propaganda y en ese horizonte, la desmedrada situación presupuestaria de las
universidades aparece como un sector vulnerable que ya sabe “agradecer” con
creces los billetes recibidos, justificando con discurso academicista la
explotación medioambiental, la explotación del hombre por el hombre y,
seguramente, todo lo que gusten los caballeros del dinero.
“Cada
uno ve en una obra de arte lo que de antemano está en su espíritu; el ángel y
el demonio están siempre combatiendo en la mirada del hombre”
Lola Mora
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