Bajo
gobiernos de distinta orientación, la vida republicana del país fomentó la educación
pública y gratuita, incorporando, de manera progresiva, condiciones que
aseguraban el acceso y generaban oportunidades de estudio, en todos los niveles,
a los sectores más desposeídos. Con ese espíritu, por ejemplo, en los años ’60
la inversión estatal en educación pasó del 4% al 5,1% del Producto Interno
Bruto (PIB), para luego empinarse, en 1972, al histórico 7,1%. La caída del
gasto, como es sabido, fue vertiginosa durante la dictadura militar, pero la
situación siguió empeorando bajo la llamada “transición a la democracia”,
período en el cual la proporción de presupuesto público ha retrocedido de modo
sostenido respecto de la inversión privada. Frente a las cifras de antaño, el
gasto estatal actual se reduce a un vergonzoso 4,35% del PIB, debiendo hoy los
hogares pagar el 82% del costo de lo que antes era un derecho.
Pero todo
puede ser peor: en los últimos días, se ha dado un nuevo golpe a la posibilidad
de construir un modelo educativo con equidad. El Congreso Nacional aprobó un
proyecto, erróneamente llamado “reforma tributaria”, presentado ante la opinión
pública como una vía para allegar recursos a educación. Si el lector quiere
hacerse una idea sobre cuál sería el impacto presupuestario de la operación
visada por el Poder Legislativo, deberá saber que se trata de un incremento de
apenas 0,3% del PIB y que ese monto, unos mil millones de pesos al año, es exacta
y literalmente una mugre al lado de los 4 mil millones adicionales, pero de
dólares, que la OCDE
y otros organismos internacionales demandan de parte del Estado de Chile para
cubrir las más mínimas necesidades de enseñanza pública. El proyecto aprobado
contiene, en cambio, dos ejes más absolutamente impresentables. Primero, implica
una menor recaudación para el Fisco, pues baja impuestos. Segundo, dicha
reducción no tiene por propósito producir una redistribución, pues, si así
fuera, los parlamentarios que dieron el voto a la iniciativa tendrían que
explicar por qué y bajo qué idea de justicia social aceptaron beneficiar con
una rebaja tributaria de 8% a quienes ganan 3 millones 561 mil pesos mensuales
y de 5% a quienes perciben ingresos superiores a ese monto. Alguien podría
pensar que ese regalo a los pudientes representa un monto marginal del proceso
fiscal asociado a educación, pero la realidad es otra. El 47% de la menor
recaudación que implica esta medida beneficia a los 142 mil contribuyentes de
mayores ingresos del país (La
Segunda , 4 de septiembre).
Fuera de
financiamiento, la política pública en educación tiene otros ejes fundamentales
que recuperar, porque se trata de calidad, no de chequeras. Hasta 1973, por
ejemplo, los niños que accedían a las escuelas públicas tenían derecho a
desayuno, almuerzo y atención médica, porque no basta la gratuidad. Asimismo,
entre 1966 y 1972 la Universidad Técnica
del Estado triplicó el número de becados para los estudios de postgrado en el
extranjero, lo que indicaba ya resultados en materia de excelencia académica.
Pero también la historia registra pasos fundamentales en el plano de la
participación. Las universidades empezaron a elegir autoridades con el voto de
todos los sectores de la comunidad y los colegios profesionales tuvieron
injerencia en la discusión de las mallas curriculares de cada facultad. Bajo la
conducción del ministro Aníbal Palma, se dictó en 1972 el Decreto de
Democratización de la
Enseñanza , que permitió a los representantes estudiantiles de
las escuelas participar en los consejos de profesores y centros de padres y
apoderados. En paralelo, Editorial Quimantú puso en circulación más de 12
millones de ejemplares de los más gravitantes títulos de la literatura
universal, a un precio tan bajo que, al momento del golpe de Estado casi se
habían agotado. Lo que esa auténtica
democracia producía en el ámbito de la educación y la cultura se expresaba
también fuera de las fronteras, donde ejercieron funciones diplomáticas Alberto
Blest Gana, Gabriela Mistral, Julio Barrenechea, Pablo Neruda, Pablo de Rokha, Ricardo
Latcham, Armando Uribe, Humberto Díaz-Casanueva y tantos otros. Ahí está la
historia, disciplina a la que tantas veces han querido quitarle horas de
clases, aportando antecedentes sobre cuánto podríamos avanzar y conquistar como
sociedad desde la perspectiva de la educación.
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“A
los animales a los que hemos hecho nuestros esclavos no nos gusta considerarlos
nuestros iguales”
Charles Darwin
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“Interculturalidad Bilingüe”, Otra Forma de Dominación
En 1993, el Ministerio de Educación implementó, en el
marco de la Ley Indígena ,
el llamado programa de Educación Intercultural Bilingüe (EIB), con el supuesto fin
de reconocer las especificidades culturales de los pueblos originarios. Sin
embargo, el concepto ha sido empleado, en realidad, para fomentar el ajuste de
las comunidades indígenas a las normas educativas dictadas por el Estado.
Tales programas son diseñados por tecnócratas y
resultan sesgados, superficiales y no representativos de las culturas a las que
aluden. De esta manera, la escuela se presenta como otro territorio en
conflicto, un lugar de confrontación entre la cultura dominante y la de los
pueblos originarios, un espejo de las desigualdades sociales, pero, sobre todo,
una manera de profundizar la hegemonía también en el plano discursivo. Sin el
reconocimiento y la inclusión no tendremos una verdadera educación
intercultural que promueva el respeto y la igualdad en nuestro país.
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