“Estas
cifras demuestran que la administración del Presidente Piñera va en la
dirección correcta para cumplir con uno de sus principales compromisos: llegar
a una tasa de Pobreza Extrema menor al 1% al año 2014. A pesar de las
dificultades que ha debido enfrentar este Gobierno, como el terremoto del 27-F
y la crisis económica internacional, hemos conducido el país con responsabilidad,
lo que ha permitido disminuir el número de familias de menores recursos”. Con
estas palabras, el ministro secretario general de la Presidencia , Cristián
Larroulet, se refirió a los números que desfilan en el informe de la última
Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (CASEN), divulgada con un
mes de retraso, pues su publicación había sido anunciada originalmente para
junio (biobiochile.cl., 25 de julio).
Al
aludir a la baja en la pobreza oficial (que habría pasado del 15,1% al 14,4%
entre 2009 y 2011), los más diversos sectores de la sociedad se enfrascaron en
una controversia relativa, especialmente, a la metodología de medición y al
uso, para los cálculos, de una canasta básica cuyos patrones de consumo no se
actualizan hace 24 años. La verdad es que dichos cuestionamientos también son
aplicables a la CASEN
2009, por lo que se hace necesario introducir otros ejes en el debate. El
propio Larroulet, por ejemplo, al jactarse de los resultados, que mantienen a
Chile como uno de los más desiguales del planeta en materia de distribución,
explicó que lo que él llama un “logro” obedece a una estrategia que consiste en
“impulsar el empleo, a través del fomento del emprendimiento, lo que ha
permitido generar 700 mil puestos de trabajo en los últimos dos años”. Y este
punto sí que es clave, porque en un país el desempleo podría tender a cero y
ser, al mismo tiempo, altamente pobre. Se trata de una falacia recurrente que
las universidades deben desnudar, al igual que aquella según la cual la miseria
acabaría sencillamente por obra y gracia de una distribución equitativa, asunto
del que también se enorgulleció hace poco la actual administración, a propósito
de la “mejoría” de una décima en el Índice de Gini sobre distribución. El punto
es que Etiopía registra, al mismo tiempo, una de las más bajas tasas mundiales
de desigualdad y uno de los peores indicadores de pobreza del planeta. Por eso
es que la vida académica debe hacerse cargo de denunciar este tipo de falacias
si es que de verdad quiere contribuir al desarrollo social. Desvistamos, pues,
las optimistas cuentas de nuestras autoridades.
¿Mayor
empleo? La Moneda
se enorgullece de asociar la “creación” de 700 mil puestos de trabajo a la baja
de siete décimas en los niveles de miseria, pero, ¿quiénes han accedido a esas
plazas laborales? ¿Las personas de 25
a 34 años? No; ellas apenas representan un aumento de
1,5% del total de la fuerza laboral del país desde 2010 hasta 2012. ¿Las
personas de 35 a
44 años? Tampoco; ellas apenas tienen una incidencia de 3% en el alza de la
fuerza laboral en el mismo período. ¿Y entonces? ¿Los adultos de 45 a 54 años? Ni siquiera
ellos explicarían el fenómeno, pues su impacto en el incremento global asciende
a 15,3%. ¿Dónde está, entonces, la base de la fuerza laboral que habría servido
a las autoridades para mostrar una “mejoría” decimal en materia de pobreza? Es de esperar que el ciudadano que lea estas
líneas no pierda la capacidad de sorpresa, porque la seguiremos necesitando
para someter a examen el proceso social. Pero ahí va el dato: la incorporación
de mano de obra de mayores de 65 años se disparó, entre 2010 y 2012, elevándose
en 29,2% (Informe del Instituto Nacional de Estadísticas, citado en El Mercurio
del 22 de julio).
En otras palabras, el optimismo
decimal del gobierno descansa en un proceso creciente de explotación de los
abuelos, que ahora deben olvidarse de la jubilación como instrumento de
sobrevivencia de la tercera edad, de la misma manera en que se ha incentivado
la “fuerza laboral femenina”, es decir, a condición de pagarles el 25% menos
que a los hombres por la misma actividad. Se trata de un mecanismo brutal de
abaratamiento de la mano de obra cuyo horror desliza el verdadero truco que
encierra el cálculo de la miseria en el país: no se está midiendo pobreza, sino
ingreso por hogar, por lo que la “solución” para el sistema es sencilla… se
sigue bajando el salario y, como la gente debe vivir, se obliga a elevar el
número de trabajadores por hogar, lo que, como es evidente, encubre la
tendencia decreciente de los sueldos y su capacidad de pago para dar cobertura
a una canasta básica. Con ese criterio, sólo va faltando legalizar y promover
el trabajo infantil, ya existente, para seguir celebrando a costa de la miseria
real. La vida universitaria no podrá reclamar para sí el rol crítico que le
corresponde si no es capaz de analizar y discutir sobre la envergadura de este
tipo de escándalos.
“Llegará un día en que nuestros hijos, llenos de vergüenza, recordarán
estos días extraños en los que la honestidad más simple era calificada de
coraje”
Yevgeny Yevtushenko